En su rostro apenas hay lágrimas, el alma se le secó el viernes 8 de diciembre cuando su esposo murió durante el enfrentamiento entre pobladores de Texcaltitlán e integrantes de la Familia Michoacana. Para “María”, el dolor se conjuga con orgullo, pues su esposo participó en la guerra de la que no se habla, que se maneja como hechos aislados.
Sostenida por su familia, reconoció que ese fatídico viernes, su compañero de vida no fue armado ni consciente de que iba a morir en un campo de fútbol que se convirtió en uno de batalla, sólo iba a negociar.
“Lo siento grande, porque luchó; orgullosa, porque sí luchó, sí luchó. Él dijo ‘mujer, yo voy a luchar por el pueblo, porque ya estamos hartos, aquí ya no podemos’. A nosotros no nos apoyaba el gobierno”.
Un día antes del enfrentamiento que dejó como saldo 14 personas muertas, 11 de ellos sicarios de La Familia Michoacana, el jefe de la plaza, el sujeto conocido como El Payaso, se entrevistó con los delegados de la región, les informó que la cuota ahora iba a ser de 10,000 pesos por cada hectárea sembrada.
Texcaltitlán, bajo el yugo criminal
Hace siete años llegó a Texcaltitlán un sujeto conocido como El 47, de la mano de otro identificado como Arcelia, ambos jefes de plaza de la región sur del Estado de México.
Les informaron a los vecinos que iban a protegerlos, a limpiar de homicidas, violadores y ladrones, por un tiempo fue así.
“El problema fue que después ya nos pusieron un toque de queda, después de las 07:00 de la noche ya no podía estar nadie afuera. Amanecíamos sin vacas ni gallinas, se las llevaban, ya después ni nos dejaban cortar leña, todo se los teníamos que comprar a ellos”.
Los vecinos de Texcaltitlán lamentan que poco a poco fueron perdiendo la libertad incluso de consumir alimentos, de criar animales, de comprar lo que quisieran o para lo que les alcanzara en donde ellos pudieran, los narcoimpuestos se implementaron de manera silenciosa, contundente y sin misericordia.
No era que prefirieran defenderlos, pero La Familia Michoacana tiene sus métodos para meter a la gente en sus filas.
Después de un operativo implementado por la Fiscalía General de Justicia del Estado de México en Palo Amarillo, en el municipio de Texcaltitlán, El 47 fue detenido, así que al frente quedó El Payaso, quien fue más severo con las cuotas y sobreprecios en todos los giros.
Apenas dos años duró su gestión al frente de la plaza de La Familia Michoacana en un municipio que carece de policías municipales. Fue abatido por los campesinos el viernes pasado.
De víctimas a victimarios
Tras el enfrentamiento de Palo Amarillo, el 14 de junio de 2022, que se dio para cumplimentar una orden de aprehensión en contra del presunto jefe de plaza, Rigoberto de la Sancha Santillán, alias El Payaso, vinculado con la matanza de Llano Grande, en Coatepec Harinas; se liberaron a través de los Guacamaya Leaks los pormenores del operativo.
Ahí detectaron una casa de seguridad, fueron recibidos a balazos los agentes de la FGJEM y la Marina. En el lugar murieron 12 presuntos integrantes del crimen organizado y un chango.
Además, se logró la detención de 10 integrantes de La Familia y sus declaraciones dan cuenta de cómo es el reclutamiento.
Jorge Anastacio, alias el Gorila, detenido en el operativo, relató que comenzó a consumir marihuana y cocaína a los 14 años. A los 20 fue privado de la libertad por un sujeto identificado como Bigotes, en Texcaltitlán.
Tras varios días plagiado, dijo, lo puso a trabajar como pistolero, le pagaba 7 mil pesos quincenales. Como ese relato, cientos iguales.
Aumentaron las cuotas
El viernes a mediodía, los campesinos tenían que acudir a la cancha de fútbol a un costado de la primaria José María Morelos para pagar 10 mil pesos por hectárea. No les era posible. Los cultivos de haba y avena fueron afectados por las heladas y no tenían lo suficiente para pagar la cuota.
Llegaron a la cita puntuales para negociar, pero El Payaso y su gente, no querían dialogar, los pobladores aseguran que ellos abrieron fuego primero, de ahí, todo ardió.
“No fue planeado, ellos llegaron a amedrentar a la gente, no querían hablar, sólo llevarse el dinero”.
Quienes no llegaron a la cita comenzaron a ver columnas de humo y a escuchar los gritos, los balazos. Llamaron a los servicios de emergencia porque necesitaban que las fuerzas armadas los rescataran. No sucedió.
“Yo les dije ‘queremos refuerzos’, pero no llegó nada”.
María, a quien se le cambió el nombre por protección, reconoció que su esposo, dedicado al cultivo de haba, no iba armado y murió en el campo de fútbol de la localidad. Él y dos campesinos más. Un enfrentamiento en el que lograron abatir a once pistoleros del crimen organizado, ellos, un pueblo y no las autoridades.
“Los habían citado pero yo no pude venir. -¿y agradece? -pues sí, porque si no, ¿se imagina? Hay pequeñitos, uno no sabe qué le hubiera pasado a uno”, comentó otra vecina con una bebé en brazos.
Tras el fuego, el calor que les ha permitido una libertad entrecomillada porque está empapada en terror, el silencio comenzó a reinar en Texcapilla.
Los refuerzos llegaron tres horas después, cuando ya solo había cadáveres parcialmente calcinados, cuerpos mutilados a machetazos o baleados.
Cuando comenzaron a llegaron los militares y los policías estatales, un uniformado de la policía municipal quería un cigarro, no quería estar en el sitio.
Comenzaron los trabajos forenses, el levantamiento de los cuerpos y, entre humo, confesó.
“Nos llegó el reporte a mediodía, no queríamos subir, nos esperamos hasta que llegó la estatal. ¿Nosotros qué íbamos a hacer? Ni armas tenemos”.
Pero tampoco grandes números que pudieran hacer frente al embate del crimen organizado en este municipio boscoso ubicado en las faldas del Nevado de Toluca.
De pueblo enardecido a pueblo fantasma
Los caminos hacia el sur del Estado de México están blindados, llenos de coches que parecen huir del epicentro de una catástrofe. Las personas rehuyen las miradas, después del enfrentamiento en la comunidad de Texcapilla, salir de una zona vulnerable es la prioridad.
Conforme se pasan los parajes de Zinacantepec y Coatepec Harinas, Texcapilla comienza a dibujarse en un pueblo vacío de habitantes, sus calles sólo tienen el ruido de policías estatales, del Ejército y de la Guardia Nacional que trasnochan en sus vehículos y hacen rondines porque sus alertas están encendidas.
El miedo de una represalia por parte de La Familia Michoacana no está infundado, tanto civiles como uniformados están “a las vivas”. Así desde el viernes, cuando el campo de fútbol que se encuentra a un constado de la primaria José María Morelos, se convirtió en la escena que marcó el inicio de rebelión que no fue planeada, pero ha sido abrazada por las 35 comunidades de Texcaltitlán.
El terror se percibe, las cortinas están cerradas en las casas, algunas con las luces encendidas desde el viernes por la tarde. No hay negocios abiertos y las escuelas de la región suspendieron las clases hasta nuevo aviso, quizá para el 8 de enero vuelvan a abrir sus puertas, si no, las clases serán virtuales aunque pocos cuentan con lo necesario para esta modalidad.
No todos participaron en el éxodo
Texcapilla sería un pueblo fantasma sino fuera por quienes decidieron, porque no tienen más opción, quedarse a cuidar los pocos animales que les quedan, labrar sus tierras y vigilar sus casas.
Desde hace siete años las extorsiones por parte de La Familia Michoacana se intensificaron cuando José Dámaso, alias El 47, llegó como jefe de plaza, pero fue detenido en el operativo de Palo Amarillo, así que al frente quedaron El Arcelia y El Payaso, desde entonces, las cuotas y el horror, aumentaron.
“Y si me va a costar la vida, yo vengo a hablar por el pueblo y vengo a dar la cara, y yo sé que al rato o mañana, van a caer los carbones y me van a dar piso, pero con gusto voy a decir lo que siento y lo que es, eso ya lleva aquí más de siete años”.
El pueblo quedó casi vacío, la mitad de los habitantes se fueron tan pronto pudieron a resguardarse del terror, temen las represalias de un cártel que los tiene sometidos. La otra mitad se quedó convencida de que tienen que defender sus tierras.
“No queremos a otro jefe de plaza, ya no queremos a nadie, queremos la comunidad libre, que se quede. Ahorita no queremos, no queremos ya ni presidente en el Ayuntamiento”.
Con las escuelas cerradas, sin fiestas patronales, rodeados de militares y policías. Llenos de miedo y ganas de ser libres, los vecinos de Texcaltitlán que se quedaron, lo hicieron con la esperanza de no quedar olvidados, con la promesa de que esta vez, por fin, no los van a dejar solos.
“Nos vamos a quedar, queremos chalecos antibalas, balas, licencia para disparar. Si nos tenemos que levantar en armas, lo vamos a hacer, tenemos miedo, pero queremos dejar de ser sus esclavos”, es la sentencia de un pueblo que se rebeló contra el narco, que suplica que no lo masacren y que está dispuesto a seguir luchando una guerra que se mantiene oculta.