El nombre de Sor Juana Inés de la Cruz resuena con fuerza en la historia de las letras mexicanas, pero también en el imaginario colectivo que la reconoce como “La Décima Musa”.
¿De dónde viene este título? ¿Quién se lo dio y por qué? La frase, cargada de admiración, no fue una invención reciente ni un apodo casual.
Se trata de un reconocimiento que, desde el siglo XVII, buscó colocar a la monja jerónima en el mismo panteón de sabiduría que las nueve musas de la mitología griega.

Un apodo nacido de la admiración literaria
Sor Juana Inés de la Cruz fue llamada “La Décima Musa” por diversos poetas y cronistas de su época, entre ellos Juan de Espinosa Medrano y Carlos de Sigüenza y Góngora, quienes encontraron en ella una inteligencia excepcional, comparable a las de las musas que, según la tradición helénica, inspiraban el arte, la ciencia y la filosofía.
Al otorgarle ese lugar —como una décima musa—, se afirmaba su singularidad en un mundo literario dominado por hombres y profundamente clasista.
Las musas y Sor Juana
Las nueve musas del mito griego son Clío, Erato, Calíope, Euterpe, Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania. Cada una representa una disciplina del saber o del arte.
Pero Sor Juana, con su dominio de la poesía, el teatro, la música, la filosofía y la teología, desbordaba una sola categoría. Era todas en una.
Por eso, su título no sólo era elogioso, sino revolucionario: decía al mundo que una mujer novohispana podía encarnar por sí sola el ideal del genio creador.
Un título que es también un manifiesto
Que a Sor Juana se le llame “La Décima Musa” es también una forma de decir que desafió el orden. Que se atrevió a pensar, a escribir y a cuestionar el lugar de la mujer en la sociedad colonial.
En su famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, defiende el derecho al conocimiento con una claridad que sigue estremeciendo:
“Yo no estudio para enseñar a los otros, sino para no ignorar yo”.
A cuatro siglos, sigue brillando
En pleno siglo XXI, la figura de Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana sigue vigente. Su rostro aparece en los billetes, en murales urbanos y en redes sociales, pero sobre todo en el pensamiento crítico de quienes cuestionan la desigualdad y defienden el derecho a saber.
Su legado no es de papel: es una chispa que enciende a nuevas generaciones.
Ella no fue musa de nadie. Fue su propia fuente de inspiración.