La Quema de Judas volvió a encender el corazón de San Mateo Tlalchichilpan, este Domingo de Resurrección.
Desde hace diez años, esta comunidad de Almoloya de Juárez celebra una tradición que nació tras la descalificación de un muñeco en el concurso del Museo-Taller “Luis Nishizawa” en Toluca.

Aquel rechazo encendió la primera chispa. Lo que siguió fue fuego compartido, Judas monumentales y una herencia que se rehace cada año.
“Lo trajimos a quemar aquí. Ese fue el primero. Luego hicimos cuatro. Hoy hacemos hasta veinte”, cuenta Jacinto Eleno Romero, de 65 años, fundador del equipo Potala.
Cada figura, hecha con papel, engrudo y carrizo, representa algo distinto: un reclamo, una risa, un demonio, una memoria. Todas arden. Y ese arder une.
La Quema de Judas como acto de identidad
En San Mateo, la Quema de Judas se hacía desde hace más de un siglo, pero con un solo muñeco. La costumbre se apagó cuando murió el hombre que la organizaba. Hasta que Jacinto y otros vecinos decidieron no dejarla morir.
“Cuando yo tenía ocho años todavía se hacía. Luego ya no. Nosotros lo retomamos por puro gusto”, dice.
Este año su muñeco se llamó El último reparo del abuelito, y lo construyó con su nietecito.
“Lo hicimos en quince días. Lo bonito es que explotas eso que no puedes decir. El ruido, la explosión… es como si lo soltaras todo.”
Jacinto también conserva una tradición familiar: reparte cinturones y tequila a quienes quieran participar.
“Mi tío nos pegaba y nos daba monedas. Yo solo doy un cinturónazo si me lo piden, y una cubita en vasito nuevo. Es bonito compartir, hacer fiesta sin grandes cosas.”
Diez años sin apoyo oficial, pero con arraigo
La Quema de Judas no cuenta con respaldo institucional. Ni financiamiento ni logística. Solo la voluntad de mantener viva una costumbre que la pandemia borró de otras partes, como Toluca, donde ya no se hacen concursos ni quemas monumentales.
“Nos han dicho que no usemos pirotecnia, que mejor en el centro, pero no tenemos capacidad. Aquí se hace con lo que hay”, explica Jacinto.
Por seguridad, todo se realiza en un predio amplio, sin aglomeraciones. Y aunque este año solo fue como espectador, sigue siendo el alma de la jornada.
Humo que une generaciones
La tradición ya no busca premios. Busca no apagarse.
“Yo no vendo mis muñecos. Los regalo. Me dedico a la compra y venta de cosas, así que tengo chance. Es mi forma de agradecer que sigo aquí, después de tantas cosas, hasta del COVID.”
San Mateo Tlalchichilpan no necesita tarimas para que el fuego hable. La Quema de Judas es hoy una mezcla de herencia, fe, comunidad y protesta muda.
“No quemamos por política ni por coraje. Quemamos para soltar. Cada quien tiene algo. Bueno o malo, lo hace explotar”, dice Jacinto.
Y mientras los judas revientan entre aplausos, humo y risas, queda claro que lo que arde no se acaba. Se transforma en memoria.