La zona norte de Toluca es la más miserable, la más peligrosa, la más feminicida y la más abandonada. Ahí se encuentra uno de los núcleos más duros y profundos de la delincuencia organizada, que controla el huachicol, narcotiendas, casas de seguridad, casas de la muerte y narcofosas.
Jorge Hernández
La zona norte de Toluca es la más miserable, la más peligrosa, la más feminicida y la más abandonada. Ahí se encuentra uno de los núcleos más duros y profundos de la delincuencia organizada, que controla el huachicol, narcotiendas, casas de seguridad, casas de la muerte y narcofosas.
No es fácil vivir ahí, aunque los campos, las milpas, los ríos y los estanques digan lo contrario. Se trata de una región formada por pueblos o delegaciones de la capital mexiquense en la que habitan sobre todo otomíes, que han ido buscando refugio de las constantes invasiones, desde los tiempos de los aztecas.
Ahora, esta invasión será la última: la del supuesto progreso, que ha cambiado ya usos y costumbres, ha desaparecido los campos de siembra y ha modificado el tejido social, llevándolo a una proletarización ya irreversible, que sumirá a los pueblos y a sus habitantes en una pobreza económica aún mayor.
Aquí, en esta zona norte, ocurrió la masacre de nueve personas, el 10 de julio de 2023, donde intervino un grupo armado del crimen organizado, un eufemismo que usaron las autoridades locales para no decir Familia Michoacana, que desde años cobra o intenta cobrar por derecho de piso.
La Fiscalía ha dicho que los motivos de esos asesinatos –entre ellos hay tres niños– fueron disputas por espacios, pero la manera en que fueron ejecutadas estas personas no corresponde a un pleito de esta índole. Primero, baleados. Y luego, quemados en la propia Central.
Esta masacre, quizá la más sangrienta en la historia moderna de Toluca, marca un antes y un después. Señala, en todo caso, la toma de la capital por cárteles, ya por el de la Michoacana o el Jalisco Nueva Generación, o por ambos.
Esta masacre es resultado de la corrupción de autoridades y del abandono en el que se tiene a esta zona norte, que de tan violenta parece no existir para quienes viven en la cabecera municipal.
La respuesta de por qué el Estado ha abandonado a esta región está en la actividad criminal que reditúa millones de pesos al año para los involucrados y para las autoridades que solapan a los responsables. Los políticos y el propio gobierno voltean a ver a los habitantes de esos rumbos solamente en tiempos electorales.
En San Pablo Autopan hay 47 mil habitantes aproximadamente. En San Andrés Cuexcontitlán, 4 mil. En San Diego Linares, 3 mil. En San Diego de los Padres, 13 mil. En Tlachaloya, 5 mil. Esto y otros pueblos más alcanzan a sumar unos 140 mil habitantes, que representan 14 por ciento de la población de Toluca.
De acuerdo con los periodistas Carlos Pérez y Miguel Alvarado, que participan en el programa Todo en Contra, trasmitido por redes sociales y en la página web de ese colectivo, las ganancias de los huachicoles, entre 2002 y 2017, alcanzaba la suma de 4 mil 896 millones de pesos, unos 326 millones al año, que atrajo la atención de políticos como Luis Miranda Nava, compadre de Enrique Peña Nieto y secretario federal en su defenestrado gabinete, que se involucró en la compra de huachicol para sus gasolineras.
Otros más fueron ubicados en esas componendas, que de facto son controladas por un grupo llamado Los Burras, con sede en el pueblo de San Cayetano y que originalmente fue armado con policías municipales toluqueños que se dieron cuenta de lo fácil que era abrir o perforar el ducto Toluca-Tula, y de lo más fácil todavía, que era involucrar a funcionarios de Pemex y del ayuntamiento local.
Fue tanta su habilidad que hasta consiguieron instalar tres laboratorios en los que fabricaban aceite, anticongelantes y armorol.
En fin, la masacre de la Central de Abasto no es espontánea. Se ha venido cocinando lentamente, por años, debido a las fuerzas que se han apoderado de Toluca y particularmente de su norte olvidado, del que sólo se acuerda uno cuando encuentran casas en las que entierran cadáveres, roban combustible y matan, violan y desaparecen personas.
Jorge Hernández