Un joven con falda plateada alza la mano mientras camina. Una mujer trans abraza a su pareja frente a una patrulla. Una drag con alas de murciélago sostiene una bandera trans entre aplausos. En la quinta Marcha del Orgullo en Metepec no hubo eufemismos: la calle fue un lugar para existir sin permiso.
Desde el mediodía de este sábado, contingentes de todo el Valle de Toluca comenzaron a concentrarse sobre la calle Hidalgo. Algunos llegaron en familia. Otros, con amigas y aliades. Hubo quien marchó con la frente en alto por primera vez. También quien caminó en memoria de alguien que ya no pudo hacerlo.
Porque, aunque hay música, lentejuelas y risas, cada paso es también respuesta a la exclusión, a la violencia, al silencio que durante décadas se impuso sobre las vidas LGBTTTIQA+.
El espacio público como resistencia cotidiana
“Esto no es solo fiesta. Para mí es sobrevivir un año más y volver a pisar esta calle con mi nombre”, dijo un joven no binario que participó por segunda ocasión.
Frente al Teatro Quimera, recordó su adolescencia en Metepec: las burlas en la secundaria, el miedo a caminar de la mano con alguien, la sensación de no tener un lugar.
Para muchas personas adultas LGBTTTIQA+, la Marcha del Orgullo representa una conquista que parecía imposible: apropiarse de un espacio que antes era solo sinónimo de peligro o discriminación.
Una marcha del orgullo que se ensancha
El desfile avanzó lento, pero sólido. Carros alegóricos decorados con papel metálico y flores de cartón acompañaron a casas drag, agrupaciones estudiantiles y colectivos de mujeres diversas.
Durante el trayecto, se escucharon cánticos, performances improvisados, mensajes por el acceso a tratamientos hormonales, reclamos contra la discriminación médica y consignas para que el Estado de México tipifique los crímenes de odio.
Las banderas no eran ornamento, sino declaración: aquí estamos, seguimos, exigimos.
Ni espectáculo ni moda: comunidad
Al llegar al Teatro Quimera, el escenario se volvió lugar de reunión, no de espectáculo. Desde ahí se pronunciaron nombres, se ofrecieron abrazos colectivos, se compartieron canciones y performances que interpelaban desde el cuerpo.
Las presentaciones de Vicco Fierce, Cattriona, La Casa Dragón y Jade Márquez no buscaron entretener sino romper la idea de que el arte disidente es solo adorno.
La Marcha del Orgullo en Metepec fue más que un evento anual. Fue un ensayo de comunidad posible, donde lo común no es la norma, sino la escucha, la diferencia y el cuidado. No hizo falta pedir respeto, porque se tejió desde adentro. Tampoco discursos institucionales. La legitimidad estaba ya en cada paso.
“Marchamos para existir y también para volver”, dijo uno de los asistentes.
Porque cuando el mundo se hace inhabitable, hay que volver a armarlo desde el deseo y la memoria. En Metepec, por unas horas, eso fue real.