Los días se hacen semanas y un lapso interminable entre emoción y nervios para los habitantes de la región alta del Bosque Otomí, para ellos, el carnaval de Huitzizilapan en Lerma, es un destello de fe. La fiesta es en honor al Señor del Trabajo, el Santo Patrono de la región que ha de proteger sus cosechas.
Durante una semana, esta pequeña localidad enclavada en el bosque Otomí, que huele a pólvora, a fe, a cervezas, a pitufos, se estremece. Se ve color arena por el polvo que se levanta cuando bailan los toritos y, tras de ellos, cientos de personas.
En ese predio, donde ya ni la hierba crece por tanto andar del que ha sido testigo, la tradición se ha transformado. Ya las ofrendas no llegan puntuales a la misa del Señor del Trabajo -que no es otro más que Jesucristo cayendo mientras carga la cruz- antes del Miércoles de Ceniza, lo hacen cuando pueden o, mejor dicho, cuando saben que habrá más espectadores.
“La celebración antes de los millennials era distinta, llegaban a la misa de las 12:00 formaditos para recibir la bendición del sacerdote. Ya no, ya llegan después, más tarde”, reconoce uno de los mayordomos de la parroquia.
Evoluciona el Carnaval de Huitzizilapan
Bajan desde distintas comunidades, las agrupaciones se disfrazan por temas, lo mismo hay “viejos”, que tlachiqueros, policías y hasta pitufos. Es más, ni los toritos son tal, al menos no los monumentales. Los hacen con forma de dragón, de Pokémon… de lo que a la cuadrilla le guste en ese momento.
“Yo respeto a cada grupo, sus formas, pero lo tradicional es recordar que lo que nos dio comida aquí al principio fue el pulque”, recuerda don Vicente, quien ha visto cómo la fe de un pueblo se ha adaptado para perdurar, para generar nuevos adeptos en los millennials, en los zentennials.
No falta el torito que no funcionó como debía y ocasiona fuego en los pastizales, porque antes de la temporada de siembras, Huitzizilapan es dorado como el invierno mexicano.
Pero no pasa a mayores, ya saben que hay que sofocar el fuego antes de que se salga de control mientras que el humo se confunde con la pólvora que estalla cada dos minutos dejando su estela de goce.
La banda no deja de sonar. La gente no para de bailar, de reír, de comer, de beber. El Carnaval de Huitzizilapan es la máxima fiesta.
Para quienes se aburren de ver tanta chispa alumbrando día y noche, porque las luces que emanan de la pirotecnia no se confunden con el rayo de Sol y mucho menos con la oscuridad; se instalan juegos mecánicos.
Una rueda de la fortuna sobresale del costado izquierdo de la Parroquia si se le mira desde el pueblo. La diversión es para todos.
Fe, danza y pirotecnia
Pero nadie deja de mover los pies al ritmo del conjunto en turno. Aunque sean pocos los que pasan a la Iglesia a rezar, a persignarse, a dejar un testigo de fe en este carnaval de Huitzizilapan que atrae aún a miles.
Aunque ya son pocos los que se dedican a labrar la tierra, así que las semillas postradas a un costado del Señor del Trabajo son pocas.
“Aquí la fe se mide en estruendos”, repiten los que donan los fuegos artificiales, porque se donan aunque cueste más de 15 mil pesos hacer uno.
“El dinero escasea, pero no es para perder sino para ofrendar, que nos venga un mejor ciclo, yano de cultivo pero de lo que sea, es mejor”.
El silencio imperará en San Lorenzo Huitzizilapan después, cuando llegue el Miércoles de Ceniza, la Cuaresma y la crisis por la escalada inflacionaria que asola a quienes apenas ganas un salario mínimo no sólo ahí, en todo el país.
Entrará en mutis el carnaval solo hasta que llegue un nuevo ciclo, una nueva esperanza, un nuevo cohete que “tronar” para que la noche se convierta en día y el día sea reflejo de la fe que se hace pólvora y eco de toda una comunidad.